PRIMER AMOR
Título: Primer amor
Autor: Iván S. Turguénev
Traducción: Joaquín Fernández-Valdés
Idioma original: Ruso
Editorial: Ediciones Invisibles
Año publicación/edición: 1860/2025
Páginas: 168
Autor: Iván S. Turguénev
Traducción: Joaquín Fernández-Valdés
Idioma original: Ruso
Editorial: Ediciones Invisibles
Año publicación/edición: 1860/2025
Páginas: 168
Sinopsis oficial:
En la primera visita de cortesía que hace a sus nuevos vecinos, el joven Vladímir Petróvich, de dieciséis años, se enamora apasionadamente de la extravagante princesa Zinaída Aleksándrovna, la hija de esta familia aristocrática arruinada. Para él es la primera vez que experimenta todos los matices de este sentimiento: desde los nervios y la exultación hasta la vergüenza y la envidia. Porque no es el único que se siente atraído por la princesa: todo el vecindario se ha quedado prendado de ella y no han tardado en salirle pretendientes de todo tipo. Y entonces, en medio de agitadas tormentas internas, Vladimir experimentará una cruel revelación que cambiará para siempre la inocencia de su mirada.
Opinión:
—Lo cierto es que mi primer amor fue poco corriente —respondió con un ligero titubeo Vladímir Petróvich, un hombre de unos cuarenta años y pelo negro, aunque algo cano.—¡Ah! —exclamaron al unísono el anfitrión y Serguéi Nikoláievich—. Tanto mejor... ¡Cuente, cuente!—Como gusten... Pero no, no se lo voy a contar, no soy un buen narrador: las historias me salen secas y cortas, o demasiado largas y artificiosas. Si me lo permiten, escribiré todo lo que recuerdo en un cuaderno y se lo leeré.
Y así, Vladímir Petróvich, cuenta a sus amigos la historia de su Primer amor. Nos lleva al verano de 1833, cuando contaba dieciséis años y vivía con sus padres en Moscú, preparándose para la entrada a la universidad. El padre, de menor edad que la madre —con la que se casó por conveniencia—, es aún joven, guapo y de carácter dominante, bastante indiferente en lo relativo a su joven descendiente; la madre, siempre celosa, enfadada o triste, suele tener la cabeza más puesta en los vericuetos de su marido que en la vida de su hijo. El momento clave llega cuando nuestro Vladímir conoce a Zinaída, su nueva vecina, joven perteneciente a una familia noble muy venida a menos. Zinaída es mayor que él, con veintiún años supura coquetería, gran belleza y encanto, y una mezcla entre ternura y cierta crueldad juguetona que hace que muchos anden detrás de ella —y ella se entretiene jugando con todos ellos—. Para Vladímir esta joven significará la apertura a ese mundo donde se siente por primera vez pasiones a las que cuesta poner nombre. Ella representa esa intensidad del primer amor que deslumbra tanto que también puede consumir al enamorado. En este caso también revelará al jovencito Vladímir verdades adultas que harán que su inocencia y su ingenuidad queden totalmente abatidas.
Todas las cosas de las que me había enterado superaban mis fuerzas: aquella súbita revelación me dejó hundido. Todo había acabado. Todas mis flores habían sido arrancadas de golpe, estaban tiradas a mi alrededor, esparcidas y pisoteadas.
Aquí nos sumergimos en ese primer amor de la adolescencia o juventud temprana; el primer sentir de esas pasiones (y tormentos) que no se sabe bien describir ni gestionar, dejándose claro su poder y la huella que esta vivencia puede dejar en la vida. El joven Vladímir experimenta las diversas sensaciones que pueden llegar a sentirse en esos momentos: agitación nerviosa, celos, tristeza, melancolía, enfado, despecho, adoración —y la ceguera ante lo evidente, incluso—. Y cómo todo esto puede ir fluctuando, sin ser capaz el afectado de controlar los altibajos a los que se ve sometido. Vladímir no es un niño, pero tampoco un adulto. Lo vemos intentando entender lo que siente, lo que le rodea y el amor en sí, con sus sinsentidos y la complejidad que lo caracteriza. En el camino, crece. Inicialmente, no accede a las sombras adultas, los entresijos oscuros son pasados por alto por sus inexpertos y jóvenes ojos. Los demás parecen ver cosas que él no llega a vislumbrar. Pero poco a poco va armando el puzle y la ceguera inocente queda atrás. La complejidad adulta entra de lleno en su conocimiento y lo que ve ahora lo ve más profundamente, con el significado que antes no concebía posible. Lo que queda inmóvil es ese hechizo del primer amor, esa intensidad que lo barrió y que no se borra.
—¿Yo? —repetí con dolor, y el corazón me empezó a palpitar como en el pasado bajo el influjo de aquel encanto tan irresistible, tan indescriptible—. ¿Yo? Créame, Zinaída Aleksándrovna: no importa lo que usted haga, no importa cuánto me atormente, la amaré y adoraré hasta el final de mis días.
Y a todo esto nos lleva con mucha maestría Turguénev, de cuyo estilo he vuelto a disfrutar —ya lo leí en Aguas de primavera—, con una narración muy clara, llena de sutileza y significados profundos, tratando nuestras pasiones humanas de manera muy reconocible para todos y ahondado en sus grises y en la fuerte ambivalencia entre lo emocional/racional. Me quedo con esa gran sencillez y delicadeza del autor a la hora de contar, tratando asuntos humanos intensos y complejos de forma natural, quedando claras muchas cosas para todos menos para nuestro inexperto protagonista, incapaz de ver lo que tiene delante.
¿Qué era lo que esperaba? ¿Cómo no había tenido miedo de destruir su futuro entero? «Sí —me dije yo—, eso es amor, es pasión, es entrega...». Y recordaba las palabras de Lushin: «Hay quien encuentra placer en sacrificarse».
En definitiva, una pequeña novela que se lee de un tirón, que me ha gustado mucho —diría que me ha ido ganando más tras haber sopesado la lectura— y que transmite esa intensidad, en todos los sentidos, del primer amor en la juventud temprana. Esos primeros sentimientos y pasiones vividas que pueden dejar una huella inalterable y revelar un mundo nuevo dejando atrás la ingenuidad infantil ante la vida.




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