LENGUA VIVA

Título:
 Lengua viva
Autora: Polina Panassenko
Traducción: Iñigo Jáuregui
Idioma original: Francés
Editorial: Nórdica Libros 
Año publicación/edición: 2022/2025
Páginas: 160


Sinopsis oficial:
«Lo que quiero es llevar el nombre que recibí al nacer. Sin ocultarlo, sin disfrazarlo, sin cambiarlo. Sin tenerle miedo». Nació Polina, y en Francia se convirtió en Pauline. Unas pocas letras y todo cambia. Al llegar de niña a Saint-Étienne, justo después de la caída de la Unión Soviética, se dividió en dos: Polina en casa, Pauline en la escuela. Veinte años después, vive en Montreuil. Tiene una cita en el juzgado de Bobigny para intentar recuperar su nombre.

Esta primera novela gira en torno a una vida entre dos idiomas y dos países. Por un lado, la Rusia de la infancia, la de la dacha, el piso comunal donde se mezclan generaciones, la de los inolvidables abuelos y tiotia Nina. Por otro, Francia, la de las palabras que hay que conquistar.

Opinión:

¿Cree usted que le conviene tener un nombre ruso en la sociedad francesa?

Me puse a leer Lengua viva con ganas por el tema central tratado: esa identidad partida en dos de quien ha crecido y vivido entre dos países y culturas distintas (Rusia y Francia en este caso). Aquí conocemos la odisea de una mujer que quiere cicatrizar de algún modo una herida, una herida que se relaciona con su origen ruso y una infancia en la URSS, en contraste con un crecimiento y una vida adulta desarrollados en Francia; en otras palabras: con haber nacido Polina y tener que vivir como Pauline. Una mujer que quiere recuperar su nombre ruso de nacimiento, Polina, que fue afrancesado como Pauline cuando de pequeña se instaló junto a su familia en Francia. Lo que en principio parece simplemente un mero cambio de nombre, acaba convirtiéndose en un laberinto burocrático y de gestiones interminables que dejan a la vista lo costoso que resulta, sorprendentemente, el poder decidir sobre el propio nombre, la identidad y el sentido de pertenencia. Mientras se resuelve este conflicto, Panassenko nos lleva a su infancia en la URSS, al desarraigo de la migración y a la lucha por no dejar que su historia se pierda. 

Nací en Moscú, en la URSS. Mis padres me llamaron Polina. Es el nombre de mi abuela paterna.[...] En 1993 mis padres emigraron a Francia con mi hermana y conmigo. Cuando obtuve la nacionalidad francesa, mi padre adaptó mi nombre al francés. [...] Lo que yo quiero es llevar el nombre que recibí al nacer. Sin esconderlo, sin maquillarlo, sin modificarlo.

Nunca me había parado a pensar en lo que significa para nosotros nuestro nombre y nuestra lengua en el sentido en que esta novela los plantea. De esta lectura destaco, especialmente, esa búsqueda de una identidad que se sienta verdaderamente propia, incluso cuando los derroteros de la vida empujen a vivir en más de un lugar, en sistemas distintos y con una memoria familiar diversa. Se deja ver el conflicto de haberse desarrollado en mundos diferentes, el intenso choque cultural en los aprendizajes de un lado con los de otro. También la frustración y el sufrimiento de quien llega de forma forzada a un lugar cuya lengua y costumbres no se ajustan a lo conocido, así como la soledad y la impotencia que pueden acompañar ese proceso. Incluso el dolor por haber perdido lo que se fue para llegar a ser de donde se vive. En un punto llamó mi atención el malestar de la protagonista, ya adulta, por no tener acento en su francés aprendido, por haber perdido esa raíz que aún le podría unir con su origen cuando hablaba en esa lengua adquirida pero no materna. El uso de la lengua de nacimiento como una especie de patria, de procedencia, me parece muy potente. Y cómo la autora nos lleva además a esos dos mundos en los que ha vivido, dos mundos que poco tenían en común, y a las anécdotas y vivencias propias y familiares también me ha gustado.

No hay vicio de forma. La procuradora la ha rechazado porque no ve por qué una niña cuyo nombre ha sido adaptado al francés puede querer recuperar su nombre de nacimiento una vez se ha convertido en adulta. No entiende por qué alguien querría llevar el nombre que ha recibido de sus padres en lugar del otorgado por la República. No ve ningún fundamento en que en mis documentos identificativos, figure Polina en lugar de Pauline. 

Empecé la lectura interesada, su ritmo, la estructura elegida y el estilo llamaron mi atención, y el foco tratado me tenía atrapada. No obstante, a medida que avanzaba, esa chispa inicial fue perdiendo fuerza y confieso que llegué a las últimas páginas con cierta urgencia por terminar. No sé por qué no he llegado a conectar del todo con la voz narrativa de la autora, la verdad. Aun así, valoro mucho lo que pone en el centro: el poder de la lengua natal y de los orígenes, la tensión del que emigra por mantener su esencia y al mismo tiempo adaptarse al nuevo lugar, la dureza de las migraciones e integraciones forzadas y de esas vidas que se construyen entre culturas y mundos distintos.

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