AL NORTE LA MONTAÑA, AL SUR EL LAGO, AL OESTE EL CAMINO, AL ESTE EL RÍO

Título:
 Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río.
Autor: László Krasznahorkai
Traducción: Adan Kovacsics
Idioma original: Húngaro
Editorial: Acantilado
Año publicación/edición: 2003/2024
Páginas: 144

Sinopsis oficial:
Al sur de Kioto, junto a la vía del tren de la línea de Keihan, a sólo una parada de la ciudad, hay un monasterio. Una escalada laberíntica conduce al nieto del príncipe de Genji a este lugar apartado. No muy lejos de allí, dicen, tiene que hallarse el jardín más hermoso del mundo. Camina por todo el recinto del monasterio como movido por una fuerza interior. Una construcción sutil ha dado forma a la naturaleza, cada cosa tiene su lugar y cada forma su significado. Y así se desplaza una mirada perspicaz y minuciosa sobre la naturaleza, sobre las plantas, el viento y los pájaros, pero también sobre la arquitectura, las pagodas, las terrazas y los patios. Dejar que lo pequeño devenga grande, desplazar lo secreto al centro de atención, rastrear la belleza de lo cotidiano, eso es lo que hace László Krasznahorkai en este viaje literario al Japón, un libro de una prosa embriagadora, fascinante, que nos transporta al universo ideológico y sentimental del país nipón.

Opinión: 
Quería acercarme desde hace tiempo a este autor húngaro de nombre impronunciable, László Krasznahorkai. Lo que se dice de él no es poca cosa, situándose como uno de los autores centroeuropeos contemporáneos más interesantes del momento. Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río es de esos libros de los que cuesta hablar y mucho. Este primer encuentro con el autor me ha resultado desafiante, un texto bellísimo tan complejo de seguir como atrapante. Oraciones muy extensas, resultando en párrafos largos y detallados, pero a la vez muy magnéticos, con repeticiones intencionadas que le dan un tono, un ritmo y una fluidez que a mí me han cautivado. Al iniciar ya me percaté del reto que tenía por delante y mi decisión fue dejarme llevar, disfrutando de la tremenda narrativa del autor, quedándome con aquello que creo que busca transmitir (o con lo que me ha transmitido a mí, más bien). Señalar que mientras leía esta obra casi pensaba que estaba leyendo a un autor asiático, cierto es que la ambientación y lo tratado —muy de índole japonés todo— ha jugado un peso importante en esto; pero no solo por eso, el estilo e incluso la estructura me recordaba un poco a mis experiencias con obras de autores asiáticos. No sé si sentiré lo mismo con otras de sus obras, ya lo comprobaré porque volveré a leerlo seguro. Pero bueno, ahora toca hablar sobre lo que he encontrado en este título que ya digo que ha sido una experiencia muy muy singular.

al monasterio lo defendían al norte la montaña, al sur el lago, al oeste el camino, al este el río, pues así rezaban los cuatro grandes preceptos, [...].

Nos trasladamos a Japón, a Kioto, sin hacerse referencia a un tiempo concreto, y se nos presenta al nieto del príncipe Genji, que tiene como objetivo encontrar un jardín legendario muy especial. Para alcanzar su cometido se adentra en un monasterio y el lector va descubriendo cómo es su exploración del mismo, lo que halla en él se nos describe minuciosamente de una forma casi poética, especialísima. Se suman aquí multitud de aspectos de tradición y cultura japonesas, exponiéndose una forma de ver y entender la vida y el mundo. Vamos nadando en elementos espirituales y filosóficos, simbólicos, históricos incluso; están presentes la naturaleza, los animales, el arte y la arquitectura; la crudeza y la belleza de la vida con sus mil matices. Parece que el camino adquiere más importancia que el destino. 

porque única y exclusivamente existe la realidad, es decir, que mientras exista entre dos cosas reales una distancia, que puede referirse a la parte más insignificante de la materia, mientras exista, pues, una distancia entre dos elementos, dos partículas, dos dioses, dos pájaros, dos pétalos, dos suspiros, dos disparos, dos contactos, escribe Gilmore, el mundo, el universo, será finito y no infinito, porque lo infinito, así llega Sir Wilford Stanley Gilmore a la última frase de su obra, el infinito sólo podría existir si entre dos cosas, dos elementos, dos partículas, dos dioses, dos pájaros, dos pétalos, dos suspiros, dos disparos, dos contactos, no hubiera una distancia, sólo y exclusivamente en este caso podríamos hablar del infinito, sólo en el caso de que esta distancia no existiese. 

A mí esta obra me ha llevado a pensar en los desafíos y obstáculos que podemos encontrar, en lo azaroso de la vida también (su falta de sentido incluida). La importancia de la experiencia, de ver más allá de lo visible y de valorar la sencillez y la simplicidad, respetando la belleza y la pureza del entorno. El saber mirar y ver lo complejo en lo más sencillo, siendo conscientes de la importancia de lo que parece insignificante. La relevancia de no perder el foco de lo tradicional, de las pautas aprendidas que se han desarrollado, practicado y perfeccionado a lo largo del tiempo. 

la tradición siempre se mantenía viva, la tradición era la guía exclusiva hasta del último ejemplar producido [...] y, en último instancia, la simple confianza en que la tradición existe, en que la tradición se basa en la observación, en la repetición y en el respeto al orden interno de la naturaleza y a la naturaleza de las cosas, y en que ni el sentido ni la limpieza de la tradición pueden ponerse en duda.

Seguramente hay mucho más, y también cada uno relacionará lo leído con los conocimientos que tenga de este tipo de cultura y filosofía que parece subyacer a todo; en mi caso, que no manejo demasiado de esos temas, siento que no he captado ni he llegado a entender todo, pero es de esos libros que sin ser plenamente consciente de su fondo o contenido, sin llegar quizás a rozar la esencia de su significado, transmite muchísimo igualmente. Solo por cómo está contado, por la maestría que observo en el autor a la hora de hablarnos, me ha merecido mucho la pena su lectura. Llego a un final abierto, desconcertante para mí, pero que sigue jugando en esa liga, esa alta liga que realmente vale la pena explorar.

aquel que encontraba por casualidad el jardín y le echaba un vistazo ya no quería hablar sobre ello, porque el primer efecto del jardín era suprimir su voluntad, la intención de expresar algo respecto a él y por eso resultaba tan difícil encontrar, como quien dice, el habla, las palabras y las expresiones adecuadas, ya que la infinita sencillez del jardín [...], el hecho de no contener ninguna planta extraordinaria ni impresionante, ninguna piedra de formas fantásticas, nada espectacular, ni fuente, ni cascada, ni artesa, ni mono tallado, ni pozo, el hecho, pues, de no tener nada circense ni guardar relación alguna con lo agradable o incluso con el entretenimiento, fuese elevado, fuese vulgar, la infinita sencillez, pues, que constituía su esencia, significaba la concentración definitiva de la belleza, la energía y el hechizo de la simplicidad, a cuyo influjo nadie podría sustraerse, de modo que quien lo veía ya no quería desprenderse nunca más, [...] que quien se detenía a contemplarlo ya no deseaba pronunciar ni una palabra más y se limitaba a mirar y a callar.

En resumen, obra que me ha resultado compleja de entender, pero fascinante al mismo tiempo y muy muy atrapante. Que no te engañe su corta extensión, no es librito de una tarde; es libro para leer con calma, sopesando lo que se pueda, sin prisas, valorando su narración. En fin, me ha gustado muchísimo y espero que a ti, si te animas a leerlo, también te resulte una experiencia distinta y significativa.

Comentarios

  1. Hola María, pues según te iba leyendo me iba dando cuenta de que este libro no es para mí. No me gustan nada las novelas que repiten pasajes, aunque sean hermosos, para mostrarnos la belleza de la descripción. De hecho, no me suelen gustar las obras que solo describen cosas, naturaleza y demás... Y, además, leyendo los pasajes que nos has compartido ya me ha ratificado en mi decisión.
    Pero me alegro mucho de que tú sí lo hayas disfrutado.
    Un besazo

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