ANHELO DE RAÍCES

Título:
 Anhelo de raíces
Autora: May Sarton
Traducción: Mercedes Fernández Cuesta
Idioma original: Inglés
Editorial: Gallo Nero Ediciones
Año publicación/edición: 1968/2023
Páginas: 200

Sinopsis oficial:
«En aquel primer fin de semana establecí el rito de la cena. Cuando me sentara a la mesa, tenía que haber flores; debía haber una botella de vino y que la mesa estuviera puesta con esmero, como por el mejor sirviente. Un libro abierto para poder leer, el equivalente a la conversación civilizada para un solitario. Todo estaba preparado como para recibir a un invitado y el invitado de la casa iba a ser yo».

En la década de los cincuenta May Sarton compra una casa de campo del siglo XVIII en Nelson, Nuevo Hampshire. Siempre había soñado con la casa ideal y con una nueva vida en ella. Anhelo de raíces son sus memorias sobre cómo compró esa primera casa y sobre los primeros diez años que vivió en ella: las alegrías y las penas de la jardinería, las personas que fueron a visitarla y su rutina diaria como escritora. También nos habla de ese proceso tan intenso y personal de transformar una casa en un hogar; pinta las paredes de blanco para captar la luz y busca el tono preciso de amarillo para la cocina.

En esta «casa viva» descubre la paz y la belleza, trabaja en el jardín, excelente metáfora de la vida fuera de él, y no deja nunca de escribir. Son páginas llenas de belleza e iluminadas por sus reflexiones sobre la amistad, el amor, la naturaleza y su universo creativo.

Opinión: 

A las once en punto estaba casi dispuesta a desistir, pero me parecía una tontería no echarle un vistazo a la última casa de la lista, una casa de campo destartalada del siglo XVIII en el pueblo de Nelson. 

El 7 de Junio de 1958 firmé las escrituras y me convertí en dueña de una casa en ruinas, un granero y treinta y seis acres en un remoto pueblo de Nuevo Hampshire, un pueblo del que no sabía absolutamente nada.  

Por fin me he estrenado con May Sarton y su Anhelo de raíces no ha podido ser mejor entrada a sus obras: me ha gustado mucho. En este libro de memorias la autora nos cuenta la compra que hizo de una casa de campo en el pueblo de Nelson, ubicado en Nuevo Hampshire, y todo lo que vive allí durante cerca de diez años: desde la elección de la casa, su llegada, su puesta a punto (a su gusto e introduciendo su pasado y conexiones con la Europa que deja atrás), las primeras visitas de sus amistades (y cómo estas también dejan huellas en la casa), la relación que establece con las diferentes figuras de este pueblo —tanto con aquellos que la ayudarán a levantar esta casa en ruinas como con los vecinos—, que también serán importantes en esta su nueva vida en el campo... Accedemos a sus quehaceres diarios, su rutina y el significado que va cogiendo esta experiencia en su vida. Encontramos todas las vivencias, tanto buenas como malas, por las que pasa en este periodo; profundizando además en por qué decidió hacer esto, lo que buscaba con ello y cómo sobrelleva la soledad y el aislamiento. La casa es un personaje más, así como la forma en la que allí se vive: el silencio, las estaciones, la naturaleza, los animales... todo influye en May Sarton, y ella nos hace partícipes de esta experiencia a la perfección. 

Era para lo que había ido. El silencio era el aislamiento que buscaba, silencio y solo campo —árboles, prados, colinas, aire libre—. Había ido buscando aire, luz, espacio y ahora veía que era exactamente lo que la casa tenía para darme. 

El ámbito literario está presente. May es, entre otras cosas, escritora y en estas memorias encontramos multitud de reflexiones sobre este trabajo: las dudas, las autoexigencias, los miedos, los éxitos y los fracasos, las malas noticias y cómo las encaja, el "envenenamiento" de críticas y reseñas negativas, y también la alegría y la satisfacción ante buenas nuevas. May se abre y muestra sus «demonios»: cómo estos la persiguen, con los que tiene que lidiar... Habla sobre sus miedos, preocupaciones relacionadas con su vida, con su trabajo y los resultados del mismo, en definitiva, sobre sus malestares que empañan el día a día. La vivencia de la ansiedad, muy presente en su mundo, y especialmente aquella relacionada con no "derrochar" más el tiempo, lidiando con la presión y la frustración que esto supone, llena más de una página.

Pero es ahí donde el peor de los demonios, el más difícil de controlar, hace su aparición. ¿Cómo puedo estar segura de que todos los años que he pasado sentada frente al escritorio valen la pena de verdad [...]? Se trata del demonio de la culpa. 

Mi ansiedad en aquel primer invierno estuvo casi fuera de control y en parte sucedió porque de repente tenía que enfrentarme al hecho de que no tenía un tiempo ilimitado por delante. Estaba comenzando una nueva etapa en la mitad de mi vida [...]. Ahora, de repente, el tiempo parecía encogerse. Por lo que sabía, podía ser incluso que la marea ya estuviera bajando antes de haber alcanzado la pleamar.

Se hacía más necesario que nunca evitar el derroche. [...] Durante los días nevados y las largas tardes sentada junto al fuego o pateando el suelo empecé a comprender que mi "derroche" no había sido estar ociosa, sino quizá haberme esforzado demasiado, no haber reducido lo suficiente la actividad, haberle hecho caso al demonio que me decía «date prisa». Había permitido que se me acumulara el tipo de presión equivocada, esa que trae consigo la frustración.  

Nos adentramos también en el mundo social del pueblo, tanto en las relaciones que ella establece con sus vecinos como en las propias vidas de estos, que no dejan nada indiferente: vidas curtidas y muy interesantes, desde artistas hasta campesinos infatigables cercanos a los ochenta y con vitalidad de alguien de veinte. Encuentra en este pueblo figuras que la marcarán de por vida, importantes en su periplo vital. Personas que llegan a su mundo de forma inesperada y, tristemente, también deberá de asumir la pérdida de alguna de ellas durante esta estancia... Se dejan ver bien las diferencias entre las relaciones sociales en la ciudad versus el pueblo, esa especie de piña que por sí sola se forma en el pueblo que no existe en la ciudad, más fría e impersonal. En Nelson, aun pudiendo mantener cierta intimidad, no siempre fácil siendo tan pocos pero sí en su mayoría respetada por los demás, se siente siempre apoyada y acompañada ante la adversidad o la necesidad que tarde o temprano aparece.

Autosuficiencia, sí, pero aquella primera primavera también tuve que aprender a depender. Al pedir ayuda y ver que la ayuda venía desde varias direcciones, empecé a comprender lo que de verdad es un pueblo: por un lado, respeto a la privacidad; por otro, conciencia de las necesidades del vecino. Así, por más ajeno que algunos de nosotros podamos considerar a un forastero, en realidad somos parte de una red invisible y nos apoyamos en su existencia. 

No todo ha sido feliz en Nelson y es algo que deja claro también (no se romantiza nada). En esa casa experimenta todo con mayor intensidad, vivencias agradables y otras que no lo son en absoluto. En ese aislamiento y lejanía elegidos nos muestra cómo experimenta la vida y el reto que esta experiencia le supone: «La vida aquí desde el principio ha sido un desafío. Y ese era el asunto: puede que no la felicidad, sino una vida vivida con más consciencia e intensidad». Momentos difíciles y situaciones amargas vive en esta casa, pero como ella misma indica, ante todo lo vivido su estancia allí le brindaba siempre cierto apoyo para sobrellevarlo: «A través de todas aquellas ansiedades, peligros, pérdidas, depresiones y momentos de euforia hallé un gran apoyo que cambió mi vida en la casa misma. No había día en aquel invierno extraño y vívido que no me redimiera un toque de magia. Música, flores, libros, cartas de fuera, la luz cambiante, los maravillosos silencios... nada excepto estos dos últimos eran nuevos para mí, pero ahora todos estaban encuadrados de otro modo, para ser experimentados a una nueva profundidad, debido a mi aislamiento». Nos lleva tan bien a este mundo nuevo que experimenta, a este pueblo, a esta casa, a este entorno... He disfrutado muchísimo de la lectura, he sentido sus momentos no tan alegres, los más difíciles y asfixiantes, así como aquellos otros de enorme satisfacción, alegría y serenidad.

Y el cierre de estas memorias me parece estupendo, porque en la vida estas cosas pasan y explican muchos cambios y toma de decisiones repentinas, que pueden chocar, pero que en la base no tienen más que el simple paso de la vida y de la experiencia. Los años llevan consigo vivencias que nos marcan y que a veces llegan a su tope, nos percatamos de que el cuerpo nos pide otras de diferente índole: algo así como "ya me he llenado de esto, ahora tengo que centrarme en qué otras cosas necesito y quiero en mi vida, cosas que aquí jamás encontraré". Con el paso del tiempo no solo confirmamos lo bueno de aquello que nos gusta, también podemos encontrar cosas que no nos convencen, que no van en nuestra línea, cosas que no queremos... El romanticismo de la vivencia en este casa y en este pueblo, aquello que era algo nuevo y aventurero, se evapora, y no debe de verse como algo extraño. May comienza a ver que esta experiencia le ha dado mucho, que queda en ella, pero que también tiene sus limitaciones... que no todo lo que reluce es oro (porque la perfección no existe). Elementos de este pueblo y de la vida y formas de ver las cosas en él, no van con ella, necesita algo más que allí no puede desarrollar del todo... Llega el momento de pensar en partir, no sin agradecer lo que Nelson y todos los que han convivido con ella le han aportado. 

Cuando llegué por primera vez todo era una aventura, y esa es la aventura que este libro cuenta. Pero ahora esa exuberancia, aquel tiempo en que vivía en perpetuo estado de asombro, curiosidad y, a veces, pesar y miedo está cambiando. El período romántico de mi vida aquí ha llegado a su fin. 

¿Puede haber algo más real que esto? Y no solo en ese ámbito, sino en muchos, se puede generalizar a multitud de cambios o situaciones vitales donde se dan giros, llegas a sitios o puntos nuevos, donde en principio, aunque sean un desafío o un reto, puedes ver todo como ideal, algo que con el paso del tiempo empiezas a ver con ciertas manchas que antes no le veías, simplemente por el hecho de vivir la experiencia. La cosa luego está en ver si compensa el cambio de nuevo o no, una balanza que indicará qué hacer, y May Sarton lo tiene claro: Nelson le ha dado mucho y ella ha recibido encantada, pero en cierto momento siente que llegó el fin de su estancia allí.

Nelson me ha dado la clave de un mundo natural que hace solo ochos años no conocía. Pero no es, y nunca podrá ser, la clave de lo que atesoro. Sería tonto esperar que lo fuera, ¡la tontería común de los amantes que lo esperan todo del amado!

Estoy deseando continuar con sus memorias en Diario de una soledad. Y a ti, si todavía no conoces o no has leído a esta autora y lo que te cuento te parece mínimamente atrayente, sumérgete en este libro porque merece muchísimo la pena, no creo que te arrepientas.

Comentarios

  1. Llevo tiempo con ganas de leerlo. Se ve una lectura deliciosa, sosegada y no exenta de profundidad.
    Un abrazo

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    1. Es una delicia leerla, de esas que te pones y te acabas sin darte cuenta.
      He disfrutado muchísimo de estas memorias, a ver que te parecen si la lees. Estoy deseando leer Diario de una soledad, que me he comprado ya un ejemplar porque vi que en la editorial ya estaba agotado. En cuanto me llegue, me pongo con él.
      ¡Un abrazo!

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  2. Ya sabes que me encanta esta autora. Disfruto muchísimo sus libros. Ya tengo esperándome el último que han publicado. Espero que con el comienzo del verano me pueda poner con él. Un abrazo

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    1. Sí, lo sé. Y después de haberla leído, no me extraña nada. Qué delicia leerla. Pues estupendo que ya tengas el último, ese lo tengo yo también. Y en breve me pongo con Diario de una soledad, para leer el otro después. Qué ganas de comenzarlo, y también como mencionas, el verano viene bien para estas lecturas que se suele tener más tiempo.
      Ya contarás y comparamos impresiones del nuevo cuando lo lea yo también.
      Un abrazo.

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